martes, octubre 23, 2012

Y GLENN GOULD SE FUGÓ AL CENTRO DE LA ARMONÍA



Hace treinta años Glenn Gould se fugó por el teclado de un piano hasta el recinto sagrado donde nacen todos los acordes. Sabía que sólo allí encontraría la clave de la armonía de la que estaba hecho cada jirón de su existencia.

Entendió que la música, más que sonido, es un movimiento del corazón en busca de un compás sideral, tan diminuto que convoque el latido de un sapito sobre un pozo, o tan gigante como el lenguaje de los astros configurando universos.

No cabía su humanidad en el horizonte de un octava. Requería de los laberintos de las fugas de Juan Sebastián Bach, de un clave bien atemperado, de variaciones infinitas en cuyo recorrido pudiera aquietar sus propias vibraciones de campanario.

Por ello escucharlo, volcado sobre sonoridades inéditas, tarareando su tañido interno sobre las irisadas escalinatas de las partituras de un bach, un mozart, un beethoven, un hindemith o un schoenberg, es como asomarse a las barandas del universo y a la vez sumergirse en la parábola del silencio, como si entre un latido y otro se recompusiera toda la ingeniería de la vida.

No se vuelve a ser el mismo después de esa experiencia. Glenn Gould se adhiere a los terraplenes de nuestra esencia para recordarnos, a cada instante, de qué hebras magníficas estamos hechos.

Desde que lo escuché por primera vez –y nunca en persona- establecí un diálogo con él que no cesa. Y cada vez que se me quiebra la voz, que se me desconfigura el ritmo de la respiración,  o se me desborda desde la cuenca de los ojos un mar de vibraciones acústicas, la filigrana de sus dedos sobre las teclas, me recompone el alma y me recuerda, con la fuerza de un pizzicatto, que de esa misma madera estamos construidos, y que tan sólo hay que hacer el recorrido a la inversa, hacia el interior de la escala, y de allí a la corteza del árbol, a su savia, hasta alcanzar sus raíces, para reemprender el viaje hacia lo esencial del existir.

En este aniversario de su travesía a otra forma de armonía, invito a escucharlo. Pero más que como un recogedor de itinerarios, como un huésped en la casa de la vida, para que pueda él dejar sobre cada uno, las señas de la armonía que está por edificar, cuando el hombre al fin deponga sus ruidos y se decida a cabalgar sobre los rieles de la ternura hasta alcanzar el torrente de cuerdas que sostiene el hilo majestuoso del universo.

mery sananes
octubre 2012






1 comentario:

A chuisle dijo...

Vengo después de escuchar el video en el muro de Miguel Veyrat y ha sido una magnífica interpretación, con toda razón le has dedicado este bellísimo artículo, que me hizo emprender un viaje cuántico, de los que tanto me gustan, esta vez de la mano de la música, de Glenn Gould, de Bach y de tus palabras, siempre de tanta sensibilidad y maestría. ¡Felices fiestas Mery! Gracias por el agrado de leerte.